el blog de reseñas de Andrés Accorsi

viernes, 25 de agosto de 2017

LA FALSA PREVIA

Viernes 11 de la noche, horario en el que generalmente duermo para juntar las pilas que después detono en la trasnoche. Pero mañana muy temprano viajo a la Pergamino ComiCon, así que hoy no hay joda nocturna. Gran momento para redactar las reseñas del material que leí en estos días.
Arranco con una breve glosa del Vol.7 de Escuela de Monstruos, donde El Bruno recurre una vez más a un argumento ya muy remanido: dos personajes se ven transportados por accidente al mundo de los videojuegos, donde corren graves peligros. Si tenés más de… 15 años, esto ya lo leíste varias veces. Pero claro, Escuela de Monstruos apunta a un público sub-12, que seguramente experimentará estas emociones por primera vez y flasheará grosso con las peripecias que viven Tomás y Kuco. Porque además, El Bruno complementa este argumento remanido con buenos chistes, diálogos ingeniosos y algunos avances importantes en el desarrollo de personajes (de pronto, Berta tiene TODA la chapa!). Y por supuesto, el atractivo del dibujo, que sigue a un nivel altísimo. Así que sigo recomendando Escuela de Monstruos a los fans de la historieta infantil de calidad o a los que quieran convertir en adictos a las viñetas a hijos, ahijados, sobrinos o mascotas bípedas.
Salto espacio-temporal a España, año 1983, cuando se publica Dogon, una de las gemas difíciles de encontrar del siempre sorprendente (y lamentablemente ya fallecido) Micharmut. Micharmut fue el más radical, el más salvaje, de los exponentes de la línea clara posmoderna. El tipo tomó toda la impronta de Yves Chaland, Serge Clerc, Daniel Torres, Sento, Michael Cherkas, etc., y le pegó una vuelta de tuerca más, más extrema, más zarpada y más jugada al blanco y negro.
En general, lo más conocido de Micharmut son las historias cortas, breves coqueteos con el delirio, a veces un toque crípticas, pero siempre fascinantes. En Dogon, en cambio, Micharmut ensaya una historia más larga, más respetuosa de un género muy en boga en ese entonces (aventura con espionaje, Guerra Fría, persecuciones, paisajes exóticos, etc.) y construye la trama de manera clara, lineal, con elementos perfectamente presentados y desarrollados. Pero la falta de experiencia en relatos extensos le juega una mala pasada y en la página 28, cuando la historia tiene que terminar por una cuestión de formato, a Micharmut todavía le faltan resolver un montón de puntas. Por eso Dogon se precipita a un no-final abrupto y bastante decepcionante, que no le hace justicia a lo que venía construyendo el autor, ni mucho menos al dibujo, que es sublime de punta a punta del librito.
Y cierro con el Vol.2 de Winter World, la serie regular que produjo hace unos años IDW, cuando reeditó el material clásico (realizado en los ´80 por Chuck Dixon y Jorge Zaffino) y se encontró con un éxito imprevisto. No tengo ni vi nunca el primer TPB de la serie regular, pero leyendo el segundo me puedo imaginar qué les pasó a Scully y Wynn en esos numeritos que no leí.
Acá tenemos tres episodios que componen un arco llamado “The Stranded” y un episodio autoconclusivo que indaga en el pasado de Wynn. La verdad que hay que ser MUY fan de Chuck Dixon para bancarlo en esta. Los argumentos son trillados, la única forma que tiene de darle dinamismo a la historia es sumar personajes (bien presentados, es cierto), la única forma de impactar al lector es a través de la violencia, no se explora nunca cómo el mundo llegó a la situación en la que está… Es pochoclo grim n´gritty disfrazado de aventura para adultos. La historia de Wynn casi no tiene violencia (cuatro o cinco escopetazos, nomás) pero claro, tampoco tiene un conflicto interesante, ni genera ningún tipo de tensión.
Lo bueno que tiene este tomo de Winter World son los dibujantes. En el unitario de Wynn, descolla la bestia asesina de Tommy Lee Edwards, que tiene entre sus fetiches no sólo a Zaffino, sino a varios dibujantes argentinos más (algunas páginas, vistas de lejos, parecen de Horacio Altuna). Y los tres episodios de “The Stranded” los dibuja el virtuoso Tomás Giorello, un distinto, un dotado, un tipo capaz de darle elegancia a la machaca más básica, más ramplona. Giorello tira sombreados y texturas “zaffinescas”, a modo de fan service para los que extrañamos el trazo del ídolo, pero estilísticamente está más cerca de un García López que de Zaffino. Y tiene mucho más presente que después va a meter mano un colorista, en este caso el dignísimo Diego Rodríguez. Hasta ahora no tuvo demasiada suerte con los guionistas, pero para los fans de la aventura realista hoy Giorello está allá arriba, en un nivel impresionante.
No hay más. Me llevo comics para leer en el viaje a Pergamino, así la semana que viene tengo material para reseñar. Hasta entonces.

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